Lister, un tipo listo


Joseph Lister (por Dorofield Hardy, 1900, Museo de “The Royal College of Surgeons of Edinburgh”, Edimburgo, Reino Unido)


Los seres humanos nos acostumbramos fácil y rápidamente a lo bueno: a la comida más exquisita, a viajar en primera clase, a las comodidades que tenemos en nuestra casas,… y también, cómo no, a los múltiples avances de la Medicina que tenemos ya incorporados en nuestro día a día y nos facilitan y alargan la vida. Hasta 1865 las intervenciones quirúrgicas, si bien se hacían con todo el cuidado que los grandes cirujanos que hasta momento habían existido -muchos de los cuales los conocemos por diversos instrumentos, intervenciones, materiales quirúrgicos… que llevan sus nombres, como Bowman, Billroth, Trendelenburg, Kocher, Broca, entre otros muchos- tenían el grave peligro de las infecciones que diezmaban a los pacientes sometidos a tratamientos quirúrgicos. Ese año, un cirujano británico, Joseph Lister, que alcanzaría el honor de ser hecho por la Reina Victoria primero -en 1883- Baronet de Park Crescent y luego Barón Lister of Lyme Regis en 1897, además de haber sido Presidente de la Royal Society desde 1895 a 1900, empezó a usar lo que se han venido en llamar “antisépticos” en la práctica quirúrgica . La citada monarca había sido su paciente.

Joseph Lister, que alcanzaría el honor de ser hecho por la Reina Victoria primero -en 1883- Baronet de Park Crescent y luego Barón Lister of Lyme Regis en 1897, además de haber sido Presidente de la Royal Society desde 1895 a 1900, empezó a usar lo que se han venido en llamar “antisépticos” en la práctica quirúrgica.

Lister nació en 1827, hijo de una familia cuáquera de ricos comerciantes. Su padre, que era comerciante de vinos, se dedicó también a la fabricación de lentes acromáticas para microscopios. En 1847 Lister quedó impresionado por la muerte de uno de sus profesores de anatomía por sepsis al infectarse durante la disección de un cadáver. Era John Phillips Potter. James Y.  Simpson cirujano que contribuyó a la introducción de la anestesia afirmó que “un hombre acostado en la mesa de operaciones en uno de nuestros hospitales quirúrgicos está expuesto a más posibilidades de muerte que un soldado inglés en el campo de batalla de Waterloo”.

Años más tarde, en 1865, empezó a subrayar la importancia de la desinfección de las heridas abiertas con ácido carbólico, de esterilizar el instrumental quirúrgico y de lavar concienzudamente las manos del cirujano que debía usar guantes. Naturalmente no partía de cero. El gran cirujano y obstetra húngaro Ignaz Philipp Semmelweis, a quien muchos conocieron como el “Salvador de Madres” por su decisiva contribución a la lucha contra la sepsis y la fiebre puerperales, ya había comenzado en 1847 a lavarse en el Hospital General de Viena antes de atender a las parturientas, con hipoclorito sódico o cal clorada -que hoy se usa para desinfectar piscinas-, reduciendo de 18,3% a 2% las tasas de mortalidad puerperal. Su insistencia en la necesidad del lavado de manos le llevó al manicomio. Por su parte, el gran bacteriólogo francés Louis Pasteur ya había explicado cómo toda enfermedad infecciosa tenía su causa en un ente vivo microscópico y en 1871 animó a los médicos militares a hervir el instrumental y los vendajes, iniciando así el camino del autoclave.

Louis Pasteur ya había explicado cómo toda enfermedad infecciosa tenía su causa en un ente vivo microscópico

Las tasas de mortalidad tras cirugía mayor o amputación de extremidades era del 40%. Lister, al aplicar su técnica, evitó infinidad de gangrenas y las consiguientes muertes. En 1867, se inspiró en su experiencia y la de los citados colegas y propuso el uso del fenol para desinfectar las heridas, el instrumental y las manos del cirujano. Poco después, en 1869, inventó el pulverizador de gas carbólico. Gracias a estos avances, y a pesar de ser criticado al principio, su aplicación en la Guerra Franco-Prusiana de 1870 salvó muchas vidas. Defendía que no había gran diferencia entre antisepsia y asepsia, subrayando que lo importante era excluir los microbios del campo operatorio y evitar así los problemas que surgían entonces como eran la gangrena hospitalaria, la erisipela, la piemia o el edema purulento.

Las tasas de mortalidad tras cirugía mayor o amputación de extremidades era del 40%. Lister, al aplicar su técnica, evitó infinidad de gangrenas y las consiguientes muertes.

Otros de sus definitivos aportes a la cirugía fue el uso del catgut, es decir de un hilo de sutura realizado con filamentos de membrana serosa de intestino bovino, que eran digeridos y reabsorbidos por el organismo. Los usó por vez primera en una mastectomía hecha una hermana suya. Lister repartió su experiencia y conocimientos en Glasgow, donde fue profesor de Cirugía, así como en Edimburgo y en el King’s College de Londres. En España sus métodos fueron aplicados por Salvador Cardenal, Antonio Morales Pérez, Miguel Fargas, Nicolás Ferrer o Juan Aguilar y Lara.

El género bacteriano Listeria, cocos o bacilos gram-positivos, que ya tiene veinte especies identificadas, se llama así en su honor. En 1910, dos años antes de su muerte, Lister recibió el doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de México y fue uno de los primeros agraciados con la británica Orden del Mérito, uno más de los muchos reconocimientos, muy merecidos, que Lister recibió a lo largo de su vida. Su funeral se celebró en la Abadía de Westminster, donde se grabó su efigie.

El género bacteriano Listeria, cocos o bacilos gram-positivos, que ya tiene veinte especies identificadas, se llama así en su honor.

Hoy en día, gracias a su descubrimiento, debemos agradecerle haber salvado -no sólo mientras vivió- sino después de su muerte, a muchos pacientes sometidos a intervenciones quirúrgicas.

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