GRACIAS, BALMIS

El descubrimiento de las vacunas es un hito en la historia de la Medicina de una enorme relevancia. La radical disminución en morbilidad y mortalidad debida a este “milagro científico” -si esa combinación semántica es posible- es prueba tan evidente de su utilidad que deberíamos estar todos agradecidos a quienes iniciaron y desarrollaron este apasionante camino.

Fue el médico rural inglés Edward Jenner quien entre 1796 y 1798 descubrió la vacuna de la viruela al darse cuenta de que las campesinas y pastoras que ordeñaban las vacas no desarrollaban esa enfermedad que causaba millones de muertes por doquier: 60 millones de personas sólo en el siglo XVIII. Las ordeñadoras desarrollaban la viruela de vaca, más leve que la humana y quedaban así protegidas.

Francisco Javier de Balmis y Berenguer (1753-1819)

La ciencia es una de las actividades humanas que más se benefician de la colaboración, del trabajo en equipo, en el que no sólo intervienen los científicos, sino también otras muchas instancias y personas. Igual que si alguien que escribe algo brillante, de poco sirve si no lo publica, un prodigioso descubrimiento carece casi por completo de utilidad si no se transmite, expande y aplica a la mayor cantidad posible de afortunados beneficiarios. Eso es justamente lo que hizo el médico militar español Francisco Javier Balmis en 1803 gracias a su empeño y a la ayuda del rey Carlos IV de España, de quien era su personal galeno y a quien convenció para sufragar los gastos de la expedición sanitaria salvadora. Balmis había traducido al español el libro del francés Jacques-Louis Moreau de la Sarthe, en el cual se detallaba el procedimiento para vacunar. El monarca estaba muy sensibilizado con el problema puesto que su propia hija, la infanta María Teresa, había fallecido a causa de la enfermedad. Ningún país puso en marcha un proyecto tan ambicioso. La impresión que éste causó a Jenner le hizo declarar en 1806, cuando finalizó la expedición: “No me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y extenso como este”. Por su parte, Alexander von Humboldt escribió en 1825: “Este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia.

La palabra clave en este asunto fue y es “inoculación”, que ha adquirido con el paso de los siglos diversas formas y procedimientos, pero sin perder su esencia. La técnica utilizada, llamada también “variolización” consistía en extraer, a una persona en la última fase de la viruela, líquido de sus pústulas e inoculárselo a otra persona, mediante una incisión en el brazo. El receptor se infectaba, pero rara vez moría, al recibir una dosis reducida del virus.

Si lo que hizo Jenner fue inocular a un niño de ocho años –James Phillips– el fluido de una lesión de viruela bovina de una ordeñadora, lo que se hace actualmente -de modo evidentemente más sofisticado y controlado- es parecido: introducir en el organismo un material que logre que el sistema inmune reaccione ante ese intruso -ya sea un germen atenuado u otro inactivado, una vacuna basada en vectores víricos o en ácido nucleico…- y se produce la inmunización que nos protegerá cuando el verdadero germen pretenda atacarnos.

El método de Jenner había llegado a España en 1800, concretamente a Puigcerdá, de la mano de médico Francisco Piguillem Verdacer. Balmis inventó el modo de trasladar la vacuna y mantenerla activa en esas largas travesías marítimas en navíos y buques, que dependían de los vientos y de la maestría de capitanes, maestre, contramaestres, pilotos y resto de tripulación para llegar a buen puerto y fondear la fragata en serenas radas en Asia o América. De este modo, los territorios de ultramar, virreinatos españoles de allende los mares, que no “colonias” como machaconamente se dice y escribe por muchos, se beneficiaron también de lo que en Europa se había descubierto. De este modo, a través de viajes transoceánicos la expedición humanitaria de Balmis y de la Corona Española -que la denominó Real Expedición Filantrópica y fue la primera expedición sanitaria internacional de la historia- se llevó a cabo una vacunación masiva que, además, buscó revitalizar el papel del Estado en los territorios ultramarinos e impulsar el crecimiento económico al frenar la mortalidad. Zarparon del puerto de La Coruña en noviembre de 1803 a bordo de la corbeta María Pita con veintidós niños huérfanos, aunque uno de ellos era Benito Vélez, hijo de nueve años de la enfermera Isabel Zendal, rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña. Durante la travesía inocularon la vacuna en el brazo de un niño diferente cada quince días.

Colaboraron con Balmis su colega José Salvany Lleopart y la citada Isabel Zendal, que hoy da nombre a un hospital madrileño, siendo -además- la “Operación Balmis” el nombre de la lucha del Ministerio de Defensa español contra la pandemia de SARS-CoV-2 o Covid-19. En la expedición iban cinco médicos, dos cirujanos y tres enfermeros, pero además llevaban una carga de linfa de vacuna guardado entre placas de vidrio selladas y miles de ejemplares del citado tratado de Moreau de la Sarthe sobre cómo vacunar y conservar la linfa. Dieron la vuelta al mundo vacunando durante dos años y medio.

El mantenimiento de la vacuna activa se realizó inoculándola en personas sanas, que no hubieran padecido la viruela ni estuvieran ya vacunados, y transmitiéndola entre individuos al aplicarla de brazo en brazo. Esto se hizo con los niños de la expedición. Con posterioridad, en 1805, con la aprobación de la Junta de Cirujanos de la Cámara, se promulgó una Real Cédula mandando que en todos los hospitales se destinase una sala para conservar el fluido vacuno. El recorrido geográfico fue extensísimo realizado en barco, a pie, a caballo o en simples canoas para llegar a los lugares más recónditos. Empezaron por Puerto Rico, Cuba y México, donde Balmis había trabajado varios años. Luego, en febrero de 1805, Balmis, Isabel Zendal y 26 niños mexicanos partieron desde Acapulco hacia Filipinas en el navío Magallanes, regresaron por Macao y Cantón, en China, y por la isla inglesa de Santa Elena, mientras que José Salvany, que murió en 1810 a los 34 años en Cochabamba durante la expedición, puso rumbo a Venezuela, Colombia, Bolivia, Perú y Chile. En esos lugares se crearon se crearon Juntas de Vacunación que organizaron la variolización.

La viruela se consideró erradicada por la Organización Mundial de la Salud en 1980. En este hito fue determinante la Expedición Balmis y esa primera masiva vacunación en la historia de la humanidad. España efectuó durante el siglo XVIII diversas expediciones científicas importantes por todos los  confines del Imperio, exponentes del espíritu curioso de la Ilustración, renovando la botánica, la ingeniería o las técnicas de navegación. Pero sin duda la Expedición Balmis fue el culmen de todas ellas y un ejemplo grandioso de generosidad impulsado por el Rey de España y llevado a cabo por Balmis y sus compañeros.

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