Fundación Lilly y la Fundación Ortega Marañón editan el número 499 de ‘Revista de Occidente’

Fundación Lilly y la Fundación Ortega Marañón dedican el número 499 de ‘Revista de Occidente’ a ‘Pensar la ciencia’, donde “los autores reflexionan sobre la esencia de la actividad científica, sus características, sus objetivos y su relación con el hombre y la sociedad“, según explica el director de la Fundación Lilly y coordinador del número, José Antonio Sacristán.

Este número especial de Revista de Occidente se plantea como objetivo volver a meditar sobre la ciencia, volver a pensar la ciencia“, añade. Para ello, este monográfico analiza en ocho capítulos cuestiones como la ciencia y la democracia, la socialización de las ciencias o la importancia de la educación para enseñar a descubrir la ciencia a edades tempranas, además de la separación entre las ciencias y las humanidades.

Andrés Moya, Raquel Lanseros, Francisco López-Muñoz, Javier Aracil, Juan Ignacio Pérez Iglesias, Daniel Innerarity, Bárbara de Aymerich y José Antonio Sacristán son los autores que han participado en este número 499 de ‘Revista de Occidente’.

“‘Revista de Occidente’, en sus cien años, mantiene una especial atención a la relación entre Ciencia y Humanidades. Por ello, este número dedicado a ‘Pensar la ciencia’. Interés por los descubrimientos científicos, pero requieren un ejercicio esencial: introducir la filosofía, el pensamiento, las metáforas científicas surgidas de la imaginación literaria“, explica Fernando R. Lafuente, director de Revista de Occidente.

Según los autores del número, “las posturas dogmáticas que se dedican a levantar barreras artificiales entre los distintos campos del saber hacen un flaco favor al avance del conocimiento”. Para ellos, las ciencias de la naturaleza, las ciencias humanas y las sociales tienen características diferenciales, pero sus fronteras son “enormemente permeables”, permitiendo un tránsito de preguntas y respuestas que las enriquecen mutuamente.

La separación de esas dos culturas es artificial; si me apuras es puro producto de la organización estanca de los saberes, tanto los científicos como los humanísticos. Pero esos saberes pueden perfectamente articularse en cualquiera de los niveles de educación de la ciudadanía. La solución está en la educación, integrando e incorporando los saberes a lo largo de la vida de cada persona: los de la ciencia y los de las humanidades“, afirma el profesor Andrés Moya, catedrático de Genética en la Universidad de Valencia y autor del capítulo ‘El fin de las dos culturas’. “De hecho, esta separación se sintetiza bien con la siguiente cuestión que en algún momento se formula a lo largo de nuestra vida: ¿tú eres de letras o de ciencias?“, puntualiza.

“Una de las grandes diferencias que comúnmente se observan entre la poesía (y por extensión el arte en general) y la ciencia es que ésta última trabaja sobre la materia física, cuyas reglas de existencia y comportamiento escapan evidentemente a la voluntad humana, mientras que la primera se construye con el lenguaje, determinable y modificable mediante la intención de los creadores”, explica en su capítulo ‘Poesía y descubrimiento’ Raquel Lanseros, poeta, traductora y profesora de Universidad.

Sin embargo, cuando se pregunta por el motivo de la división entre ciencias y humanidades la respuesta es compleja. “Es precisamente en lo que tiene que ver con la creatividad donde hallamos una de las primeras similitudes claras entre la ciencia y la poesía“, explica la profesora Lanseros.

Los participantes en la tertulia han apuntado al proceso creativo como uno de los puntos comunes que existen entre el arte y ciencia. A este respecto, la profesora Lanseros señala que la poesí, como la ciencia, “avanza en un terreno no convencional que necesita de la inspiración y la epifanía para trazar nuevos caminos de conocimiento” y concreta cómo “el arte genera obras nuevas, así como en muchos casos, y de manera especialmente continuada en los últimos tiempos, la ciencia genera realidades nuevas (vacunas, fármacos, aplicaciones de la inteligencia artificial, etcétera)“. Por su parte, Sacristán añade que la creatividad es una pieza “clave” en el proceso científico, que, junto con la intuición y la imaginación, se debe complementar con el método para poder generar conocimiento.

Asimismo, la belleza es otro de los elementos que comparten, a pesar de que pareciera que es característico de las artes y no de la ciencia, según han analizado en el coloquio. “Es, pues, belleza un término complejo porque, aun apareciendo como fácilmente comprensible, posee una multiplicidad de significados abstractos difíciles de aprehender. A su vez, lo bello sería aquello que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu”, describe la profesora Lanseros en su capítulo.

Los autores de ‘Pensar la ciencia’ han indicado que “en absoluto la belleza es una cualidad intrínseca de las artes únicamente“. “Nadie discute que las artes producen o tienen que ver con la belleza. Forma parte de su idiosincrasia crearla. Pero cuando uno se instruye en ciencia y llega a dominarla, aunque sea en su ámbito particular y de especialización, es capaz de apreciar la belleza que encierran sus productos“, concluye Moya.

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