MÉDICOS TITULADOS… CON TÍTULOS NOBILIARIOS
Los médicos recibimos, al finalizar nuestros estudios universitarios, un título que nos acredita como tales y nos faculta para el ejercicio de la profesión. Esto es sabido. Lo que no es tan conocido es que un cierto número de médicos, a lo largo de la Historia, han recibido otro tipo de títulos como premio a su abnegada y brillante labor. Me refiero a los títulos nobiliarios.
Los monarcas pueden y, a mi juicio, deben premiar a personas que destacan de modo muy sobresaliente en sus actividades con condecoraciones y títulos nobiliarios que pongan en lugar preeminente y, por tanto, visible al personaje agraciado que así puede servir de ejemplo para la sociedad. En el caso de los títulos nobiliarios, la mayoría de los cuales son hereditarios, suponen además una perpetuación de la memoria, en las generaciones venideras, de los méritos y logros del médico galardonado, sirviendo así de modelo para la emulación. Creo que nadie puede discutir que los médicos aportan a la sociedad un valor añadido fundamental y su dedicación a los que sufren física o psíquicamente hace que esa sociedad sea mejor. Algunos ejercen esa labor de modo tan extraordinario y meritorio que justo es que se reconozca por parte del monarca.
Bien es verdad que existen condecoraciones reservadas especialmente para los sanitarios. Me refiero a la Orden Civil de Sanidad que otorga el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, cuyo Subsecretario es el Gran Canciller de dicha Orden y cuyos ingresos se acuerdan anualmente con ocasión del Día Mundial de la Salud, el 7 de abril. Tiene su antecedente en la Cruz de Epidemias creada el 15 de agosto de 1838 en tiempos del reinado de Isabel II. Posteriormente se creó la Orden Civil de la Beneficencia, por Real Decreto de 17 de mayo de 1856. El 29 de julio de 1910 la primera quedó absorbida por la segunda quedando con el nombre de Orden Civil de la Beneficencia, y cuyo objeto era premiar servicios y méritos relevantes de carácter sanitario o prestados con motivo de la asistencia a luchas sanitarias o epidemias. En 1943 se restableció la Cruz de Epidemias, con el nombre de Orden Civil de Sanidad, separándola de las Orden Civil de la Beneficencia. Desde el 30 de marzo de 1983 ambas se fundieron en la Orden Civil de Sanidad.
Otros países tienen también sus condecoraciones destinadas a méritos sanitarios. Me refiero, por ejemplo, a la Orden de Hipólito Unanue, en el Perú, que lleva el nombre de este destacado médico peruano que fue, en los albores de esa República, presidente del Consejo de Gobierno del Perú, diputado y presidente del Congreso Constituyente, Ministro de Hacienda, de Gobierno y Relaciones Exteriores. Órdenes y condecoraciones similares existen o existían en otros países como la Orden del Mérito Sanitario, creada en Rumanía en 1913, la Orden del Mérito Sanitario “José Fernández Madrid” creada en 1950 en Colombia, o, en Estados Unidos, la Order of the Military Medical Merit, entre otras. En otros países, como en Francia, a los médicos destacados se les otorga la Ordre National du Mérite.
Ahora bien, todas estas condecoraciones son personales y carecen de ese componente de presencia perpetua en la memoria de las gentes que llame a atención acerca de los méritos contraídos por el concesionario de la merced. Eso no sucede con los títulos nobiliarios otorgados a médicos. Hoy en día, en España, hay algunos de ellos, ostentados por sus concesionarios o por descendientes de éstos, que nos evocan las notables aportaciones de médicos ilustres al acerbo científico y asistencial de nuestro país. Uno de los más relevantes es el de Marqués de Marañón, con Grandeza de España, concedido el 5 de mayo de 1987, al embajador Gregorio Marañón y Moya, hijo del destacado penta-académico y médico Gregorio Marañón y Posadillo, en el centenario de su nacimiento Hoy ostenta el título el nieto y homónimo de aquel galeno, Gregorio Marañón y Bertrán de Lis. El Real Decreto recordó que Marañón fue un “Médico, científico y humanista, que hizo inseparables esas tres condiciones en su persona y en su obra”, siendo además “un auténtico intelectual cuya figura marcó la época de la historia de España que le tocó vivir”.
Pero debemos citar también, entre otros, a Pedro Castelló Ginesta, primer médico de cámara del rey Don Fernando VII además de profesor de Cirugía y de Obstetricia, que en 1846 fue hecho marqués de la Salud y al año siguiente vizconde de Guisona, localidad de su nacimiento, habiendo sido además caballero gran cruz de la Sagrada y Militar Orden Constantiniana de San Jorge, de la de la Orden de Carlos III y de la de Isabel la Católica.
Tomás Eustaquio de Corral y Oña, primer médico de la Real Cámara y tocoginecólogo, fue creado marqués de San Gregorio y vizconde de Oña, habiendo sido presidente de la Real Academia Nacional de Medicina, catedrático de Obstetricia, y rector de la Universidad Central, además de gran cruz de las órdenes de Carlos III, Isabel la Católica y del Mérito Militar. Sirvió a los reyes Doña Isabel II y Don Alfonso XII.
También el doctor Florestán Aguilar y Rodríguez, recibió por Real Decreto de 21 de mayo de 1928 y Real Despacho de 1 de febrero de 1929, un título nobiliario, el de vizconde de Casa Aguilar. Su discurso de ingreso como académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina versó sobre «Origen castellano del prognatismo en las dinastías que reinaron en Europa». Se formó en Madrid y Filadelfia, y fue odontólogo de la Real Familia sucediendo en 1900 al Dr. Fernando Ibáñez. Fue agraciado con diversas condecoraciones como la gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y la de Alfonso XII, caballero de la Orden de Carlos III, caballero, oficial y comendador de la Legión de Honor francesa, comendador de la Orden de Francisco José, Austria, o gran cruz de la Orden de la Corona de Italia, entre otras.
José Núñez Pernía recibió en 1865 el marquesado de Núñez de la reina Doña Isabel II, de quien fue médico de Cámara desde 1847. Estudió derecho en Valladolid, homeopatía en Burdeos y medicina en Madrid y Barcelona, fundó la Sociedad Hahnemanniana Matritense y el Instituto Homeopático y Hospital de San José, considerándosele el padre de la homeopatía española. Recibió la gran cruz de la Orden de Carlos III y fue oficial de la Legión de Honor francesa, además de Senador por León. El título se extinguió en 1924.
Asimismo, el ginecólogo y académico Eugenio Gutiérrez González de Cueto, médico de la reina Doña Victoria Eugenia, fue agraciado con el condado de San Diego en 1907. Se formó en Valladolid y París. Fue ginecólogo de la Real Casa, profesor de la Facultad de Medicina, presidente de la Sociedad Ginecológica de España, senador por la Real Academia de Medicina, de la que era miembro, así como de la Sociedad Real de Ciencias Médicas de Lisboa. Recibió la cruz de la Orden de Isabel la Católica y la gran cruz de la Orden de Alfonso XII.
En tiempos más recientes, el 18 de julio de 1950, el famoso oftalmólogo barcelonés Hermenegildo Arruga Liró fue creado por Francisco Franco conde de Arruga. Se dedicó especialmente al conocimiento y tratamiento de la patología de retina habiéndose formado, además de en su ciudad natal, en París, Berlín y Lausana. Diseñó instrumental oftalmológico y fue un gran experto en dacriocistorrinostomía. Fue presidente de la Sociedad Oftalmológica Hispano-Americana, y miembro de muchas academias y sociedades de todo el mundo. Su descendencia sigue dedicándose a la oftamología. Fue gran cruz de las órdenes de Isabel la Católica, del Mérito Naval con distintivo blanco, de Alfonso X el Sabio, de la Orden de Civil de Sanidad, gran oficial de la Ordem Nacional do Cruzeiro do Sul, de Brasil, doctor honoris causa de las universidades de Barcelona y Heidelberg entre otros honores.
El famoso cardiólogo Valentín Fuster Carulla, nieto del marqués de Carulla, fue hecho marqués de Fuster el 13 de mayo de 2014 por el rey Don Juan Carlos I. Posteriormente, en 2019, recibió el Premio Nacional de Investigación «Gregorio Marañón» de Medicina, siendo, además, doctor honoris causa por seis universidades. Se formó en Barcelona y Edimburgo y es profesor de la Universidad de Harvard y cardiólogo del Hospital Monte Sinai, en Nueva York, habiendo sido Presidente de la Asociación Mundial de Cardiología y, en 1996, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
Otros médicos contemporáneos que ostentaron títulos nobiliarios son Antonio Campos, marqués de Iznate, y, iure uxoris, el cacereño José Parra Lázaro, médico y pionero en España en la investigación de los trasplantes, fallecido en 1981. Este contrajo matrimonio con Alicia Villate y Muñoz, V duquesa de Tarancón, IV condesa de Casa Muñoz, V condesa de Valmaseda y III condesa del Recuerdo. Y, por supuesto, Cristóbal Martínez-Bordiú, X marqués de Villaverde, amén de duque consorte de Franco, que fue médico cirujano y cardiólogo y falleció en 1998. Sin olvidar el hecho de que Carlos Zurita Delgado, esposo de la infanta Doña Margarita, hermana del rey Don Juan Carlos I, lleva por matrimonio los títulos de duque de Soria y de duque de Hernani.
Severo Ochoa de Albornoz, Premio Nobel de Fisiología y Medicina, rechazó un título nobiliario en dos ocasiones. Aún en vida de Franco, el Ayuntamiento de su localidad natal solicitó para él el título de conde de Luarca. Pero Ochoa no quiso ni oír hablar del tema y aprovechando una visita que hizo a su pueblo en el mes de abril de 1975 declaró: «Lo que para mí tiene más valor son los nombramientos de hijo predilecto de Asturias y de Luarca, que hace tiempo me han otorgado». El también médico y, además, gran historiador de la medicina y literato Pedro Laín Entralgo, director de la Real Academia Española, igualmente declinó aceptar la regia oferta de un título nobiliario argumentando que no se consideraba merecedor de tal galardón.